martes, junio 15

solo sé contar arábigos

Buscando un archivo en los usuales miles que tenemos todos en nuestras PC (no hay muchas Mac por estos lares), halle un cuento escrito por mi hace unos años que me hizo recordar que solía escribir.

¡Jolines! - me dije - voy a colgar este cuentecillo sin quitarle ni una coma, para verificar en algunos años qué alguna vez tuve un gran tupé al mandar el cuentecillo de marras a un concursete literario.

Ahí lo dejo para que justifique la entrada de este mes. ¡Salud para todos!

Nota de bloggero: Para los lectores internacionales e interplanetarios que no sepan lo que es una combi, ahi va la descripcion de la susodicha tal como la conocemos en Perú: vehiculo menor o furgoneta de techo chato que sirve para el transporte de pasajeros en zonas urbanas (aunque no es muy urbano el asunto, que la gente va hecha sardina y en verano pueden ser usadas como reductores de peso por el calor que soportan los eventuales usuarios)

¡HABLA! .... ¿VAS?

¡Oye bajo en Larco!, ¿no escuchas acaso? – le espetó una señora de cartera y abrigo de piel de imitación al ayudante de la combi. Aquello causó dos efectos: una mirada de soslayo del ayudante que reflejaba rabia e impotencia ante la reclamación, y un despertar del amodorramiento en el que venía sumido Álvaro en el asiento junto a la puerta del incómodo vehículo.

Álvaro había asumido desde hace un tiempo atrás, el amodorramiento como estrategia para olvidar el frío del invierno limeño, el trato agresivo de las personas, y hasta la precaución que tanto le habían advertido que tuviera cuando viaje, camine, y hasta respire en esa “Lima la Horrible” como la había escuchado nombrar por ahí.

Luego de colaborar con el ayudante incomodando el paso de la señora; sin quererlo, empezó a observar a las personas que viajaban con él. Una pareja de enamorados se besaba amorosa y tiernamente en el asiento posterior. Una madre y su pequeño hijo iban en un asiento; el hijo entretenido con una bolsa de Tortees que devoraba alegremente, la madre con la cara pegada a la ventana tratando de leer las calles y número de cuadras. No parecía conocer exactamente donde bajar. Al lado de la madre un viejo dormitaba con las gafas de leer puestas y un gorro a cuadros que con el gris del clima parecía sacado de una pintura del París de Víctor Hugo.

Más adelante, un atribulado universitario con la mochila sobre las rodillas, y el libro y el cuaderno sobre la mochila trataba de aprender lo que no aprendió en las semanas pasadas. Junto a él una señora que lo miraba con desdén, tal vez pensando que su hijo no haría eso, luego la mirada de desdén cambio por una de preocupación, tal vez su hijo si haga eso.

En los asientos individuales iba una hermosa mujer en sus treintas. Justo como a Álvaro le gustaban “cara lavada” sin maquillaje, rió recordando una canción - ...quítate el maquillaje que te ensucia la cara, me gustas mas así... – que le cantaba a sus amigas. Pero la guapa mujer no iba así por su gusto. Álvaro percibió preocupación en su mirada y hasta rastros de lágrimas en sus mejillas – ¡Carajo, quien hará llorar a esta preciosura! – se dijo pasando al asiento delante de ella. Ahí había un joven delgado que cantaba bajito todas las canciones que tocaban en la radio de la combi acompañando con las manos el compás de las melodías. En las partes de la letra que no recordaba sonreía y esperaba la parte del coro. Parecía contento, pero nuestro “observador urbano” percibió suspiros profundos y contracciones de labios que tal vez llevaban al flaco a recuerdos de otros tiempos en otros sitios.

En los asientos justo frente a Álvaro viajaban un señor encorbatado y una mujer poco agraciada que no agradaban a Álvaro. El señor reclamaba con palabras gruesas a la mujer – Te he dicho mil veces que no... yo soy el que te llamaré, tu no llames ¿que no entiendes?! – Ella parecía rogarle con los ojos que no lo hiciera frente a la gente. Él no se inmutaba y le decía aún – Si sigues así, te mando a volar y sanseacabó.

Álvaro recapituló la información de ese grupo de gente: altivez, amor, inocencia, ignorancia, senectud, irresponsabilidad, preocupación, belleza, alegría, infidelidad e ignominia.

Al final, se dio cuenta que todos iban alterados, molestos, incómodos, excepto el niño, el viejo y los enamorados que iban en paz.

Evaluó su situación, niño ya no era Álvaro estaba llegando peligrosamente a los treinta, para viejo le faltaba mucho aún, así que se dijo sonriendo por dos cosas: ¡Necesito un amor!. Sonreía porque le pareció muy provechoso ese viaje y porque justo en ese preciso momento sonó esa canción salsera de Antonio Cartagena en la radio. Acompañó al flaco en la tonada.

El Juglar

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y ganaste el concursete????... Yo te daría el primer premio, me encanta!!!... y como observadora isleña te felicito por tu relato.
Besos primaverales desde Fuerteventura y muchas gracias por compartir tu arte, y olé!!...jejeje...
PD.- Gracias por la aclaración del término "combi"...
PPD.- A ver si un día me escribes y me cuentas cómo te va todo, y ya que me dices lo que son los Tortees.
:o)