domingo, noviembre 21

santiagueando

Hace un par de semanas estuve de viaje en Santiago de Chile. El motivo fue la ponencia en un congreso sobre conservación del patrimonio edificado. Del congreso y mi gusto por la ingeniería estructural ligada a la restauración y conservación del patrimonio, espero escribir muy pronto con la paciencia y la seriedad que ello amerita. Esta vez hablaré de mi estadía en la bella Santiago.

Llegue al aeropuerto como a las 7.00 a.m. hora de Santiago. Aunque sólo tenemos dos horas de diferencia horaria entre Lima y Santiago (regularmente es una hora, pero por estar ellos en horario de verano, la diferencia horaria es de dos horas por estas fechas), estuve algo grogui porque no pude dormir desde el día anterior a mi viaje. En fin, en el aeropuerto me esperaba un chofer que me llevaría al hotel. René, tal era el nombre de mi primer contacto chileno, resultó ser un alegre y conversador personaje que no cesaba de recomendarme los sitios que debía conocer y desde ya me presagiaba que no la pasaría tan bien desde el punto de vista gastronómico porque "en Perú se come más rico que acá, si lo voy a saber yo que tengo mi polola peruana, "la" Martha, que cocina como los dioses"

Llegamos pronto a la avenida principal que es la Avenida Alameda del Libertador, donde nos enfrentamos a un "taco" que es como ellos llaman al tráfico vehicular. Me divirtió que René manifestara su incomodidad ante "semejante taco" y le conté lo que sufrimos los habitantes de Lima día a día y que para nosotros "semejante taco" era nada. Casi al final del recorrido me dió gusto cuando René me dijo que tiene muchos amigos peruanos y que la mayoría de ellos son amables y trabajadores.

Ya instalado en el hotel y luego de dormir algunas horas, salí a comer a una trattoria que me recomendaron. Ahí tuve una mala impresión de la atención, ya que me tocó un mozo que parecía estar amargado de estar trabajando ahí. Aunque la comida estaba muy rica, es interesante constatar que aun te sirvan los mas sabroso manjares y lo hacen de mala gana, queda el mal sabor de una ingrata interacción humana. Lo que me recuerda que hace un mes viajé a una pequeña comunidad en Churín - Huaura (al Norte de Lima) y me invitaron un plato de sopa de la más humilde, pero la buena voluntad conque la alegre señora me ofreció el plato, hizo que disfrutara mucho aquella sopita caliente junto a la cocina de leña de su casa.

Al día siguiente me subí al Metro de Santiago. Mi previsora tía Gladys me prestó su tarjeta y recargándola con 5,000 pesos chilenos, tuve para viajar todos los días de la manera mas rápida y cómoda (a veces no tan cómoda porque el calorcillo hace estragos en el subterráneo). Una de las cosas que más me han gustado de Santiago es precisamente esta construcción, tanto por su complejidad de ingeniería como por su gran utilidad; y espero que pronto tengamos uno en Lima y dejar esos viajes insufribles que el limeño de a pié vive día a día. Vamos Susi, anímate a empezar el Metro de Lima y el 2016 voto por ti para presidenta.

Por la tarde me encontré con una amiga chilena. La encantadora bailaora Nadia, quien fue mi guía por un par de días en Santiago. Pero lo gracioso es que ella no es santiaguina (que el gentilicio es santiaguina y no santiagueña como yo creía), sino de la ciudad sureña de Valdivia; así que igual tuvimos que preguntar algunas locaciones convenientes. Ante la recomendación de Nadia me animé a probar un plato llamado Crudo. Jolines, que con aquel nombrecillo hubiera sido más previsor y pasado de él. Pero la curiosidad pudo más y nada, termine dejando más de la mitad de aquel platillo que consistía de carne roja cocida con limón. Igual, espero poder ir alguna vez a Valdivia y probar otra vez el Crudo pero al estilo del sur del sur.

En mi último día en Santiago fui al Cerro San Cristobal con la esperanza de subirme al teleférico. Grande fue mi pesar cuando me contaron que está fuera de servicio. Tuve que conformarme con el funicular. En la cima del cerro me tome el famoso Mote con Huesillo (que es una bebida helada a base de trigo cocido, durazno deshidratado y almibar). Rico y refrescante, especialmente con ese solazo que me regaló la ciudad en mi último día.

Luego fui a almorzar a un restaurante que me llamo la atención por su nombre. En el Mesón Nerudiano comí merluza y una ensalada que tenia palmito. Me ha gustado el palmito. Acá me tocó un mozo muy amable y conversador, Alberto; con el que discutimos alegremente acerca de los tacos del tránsito y de la comida tanto peruana como chilena. Al final Alberto me recomendó visitar la casa de Pablo Neruda que desde el restaurante se llega "al tiro po".

En la casa de Pablo Neruda nos guió Mario por los ambientes de la casa. En un grupo donde estábamos brasileros (siempre con sus bromas), colombianos (con su acento "tan divino"), españoles (con su "joder hombre"), y peruanos; descubrí que Neruda era un tipo fascinante y genial. Desde su sabida afición por las mujeres y su pasión por el mar, descubrí su gusto por la arquitectura. Voy a empezar a leerlo.

En fin, me ha gustado mucho Santiago. Sólo me queda agradecer a todos por su atención y su buena onda; aunque nunca me leerán, quiero dejar constancia de mi gratitud: Gracias René, ojalá y te quedes finalmente con "la" Martha y te des una vuelta alguna vez por Perú. Gracias mozo malo por hacerme ver que en todos sitios se cuecen habas, gracias mozo bueno por el libro de imágenes chilenas y reconocer que deberían llamarlo limón peruano y no limón de pica. Gracias Mario por las explicaciones detalladas con respecto de La Chascona. Gracias Nadia por tu tiempo y tu sonrisa gentil; salúdame a "la Angela" y "al" ché Gonzálo y lo dicho: los espero en Lima para retribuir las atenciones. Gracias gente del Congreso por su gentileza y las atenciones brindadas en los días de las conferencias.

Con las ganas de volver pronto por tierras sureñas para conocerla más y seguir escuchando y oyendo aquel acento vocal cantarín tan característico; quedo con ganas de seguir conociendo sitios. Quiero creer que mi próximo viaje tendrá ritmo ballenato. Veremos.